Thursday, November 23, 2006

Parte 1

La inexpersividad facial en persona. Así la describían sus amigos. Era aquello que la caracterizaba y se había ganado al apodo de "cara de poker".
Lo que nadie sabía es que detrás de esa máscara, de esa inmutabilidad, había una mujer que sentía, se reía y dolía. Que no lo mostrara no quería decir que no fuera humana.
Le molestaba que se burlaran de eso, la decepcionaba realmente que nadie supiera entender su necesidad de ser fuerte, de ser apacible y magnánima, de mirar todo desde un punto de vista ajeno a la situación, cual si fuera águila y supervisara todo desde un plano más alto. Es así, algunos no podemos evitar entrometernos en lo que le pasa al resto y en lo que nos compromete a nosotros; otros prefieren evitar los choques y las discusiones.
La susodicha cara de poker era ese tipo de persona. Un alma caritativa y dispuesta a ayudar a quien lo necesitara, pero las emociones no eran lo suyo. Era más bien el tipo de alumna madura y callada, y sus comentarios eran pocos pero certeros.
Había tenido una infancia difícil. Hermana mayor, se había tenido que hacer cargo de los demás en incontables ocasiones, y aunque eso no quiere decir que no fuera egoista y consentida, siempre intentaba dar un buen ejemplo, portarse bien y teminarse todas las verduras. Jugaban todos a los náufragos, y aunque tenía casi 15 años le seguían fascinando los lego. Cuando la invitaban a algún lado y alegaba que tenía que cuidar a los chiquitos, se quejaba de su suerte y de la falta de responsabilidad de sus padres, pero en realidad le encantaba hacer de babysitter a esas personitas que pensaban y razonaban más que muchos de sus conocidos.
No es que ella no quisiera ser más expresiva, sino que había algo que no se lo permitía. Quizá fuera vergüenza, quizá fuera ese caparazón que se había creado por miedo a sufrir.
La cuestión es que cara de poker nunca había sido de esos chicos audaces que saltan, corren y se lastiman. Ella siempre tanteaba primero y avanzaba después, pensaba mil veces lo que decidía y no le gustaba la oscuridad. No era impulsiva y no le gustaba gritar ni cantar. Era callada y apagada.
Un día, su cara de poker desapareció. Nadie supo bien por qué, pero así como había llegado se fue, dando paso a otra que no dejaba de sonreir, que estaba siempre despeinada y a quien le fascinaban los colores fosforescentes. Todos comentaban el cambio, sorprendidos.
Pero había momentos en que su inexpresividad volvía, en que se iba a algún lugar muy lejano sin intenciones de volver. Todo esto parecía confirmar lo que sentía. Cara de poker eres, cara de poker permancerás.
***
Se llamaba Isabel y era alta y grandota. La acomplejaban sus caderas y sus espaldas anchas y solía caminar encorvada por miedo a destacarse. Tenía dos hermanos bastante mas chicos que ella y eran la luz de sus ojos.
Les contaba cuentos, les cantaba las canciones de María Elena Walsh y cuidaba que siempre se vistieran combinados y prolijos. Era una madre en miniatura, y los petisos la adoraban por su dulzura y su comprensión. Además, era bastante compinche y no los retaba seguido ni le contaba a su mamá las travesuras que hacían. Una vez en especial los había agarrado cortándose el pelo y había hecho lo que había podido para ocultar los pelos más cortos.
De todas maneras, su madre no tenía mucho tiempo de inspeccionarlos tampoco. Al igual que su marido, trabajaba duro y parejo, todos los días (incluido el fin de semana) en la Corte de Justicia de la Nación. Tenía un puesto importante y constantemente recibía llamadas a su celular solicitado.
A Isabel la desesperaba que no pudiera desconectarse siquiera un día para pasarlo con sus hijos y recordaba cuando no era tan conocida y ella era más chica. Siempre le había gustado que se vistiera bien, que se pusiera tacos y llegara a la noche con las pantorrillas acalambradas. Le gustaba en especial cuando se sacaba las medias y le pedía a ella que le frote los pies. La sensación de ser útil en algo se repetía constantemente cuando le preparaba el desayuno o incluso la cena, para que no se tuviera que preocupar de esas nimiedades y estuviera de mejor humor.
Sí, a ella no le molestaba hacer algo por el resto. Era generosa por naturaleza, y no esperaba nada a cambio. A veces una sonrisa de orgullo o un agradecimiento profundo eran suficiente.
Sabía que la causa de su timidez e inexpresividad le venían de su madre. Siempre había sido una chica más madura y seria de lo que tenía que ser. No le gustaban las barbies ni las revistas de moda; leía libros de mitología griega desde los 5 años y no había visto las películas de Disney sino que los había leido, aislándose así de sus compañeros analfabetos y menos estimulados que ella.
La espantaba la gente soberbia y por eso callaba muchas veces. Prefería ser tildada de estúpida que de engreída.
Todo eso cambió cuando descubrió que quería ser escritora. Era realmente lo único que la apasionaba, lo único que hacía que soportara el colegio con una sonrisa (pues no era propio suyo el llorar y lamentarse) y lo único que queria hacer los 365 dias del año.
El verano de sus 16 años empezó a ir a un taller literario que le recomendara su tía abuela. Ahí fue que su vida tomó un rumbo que nunca sospechara.