Sunday, March 30, 2008

Lloraba por todo. Lloraba por mucho más que la carrera. Lloraba por su puta costumbre de querer mucho y tanto, de encariñarse y sufrir. Lloraba por su incapacidad de crecer y optar, y por su necesidad de llorar.
Lloraba porque tenía muchísimos motivos pero ninguno valedero; lloraba porque no tenía por qué sonreír. Lloraba porque no se acordaba lo que era llorar; y lloraba por no poder llorar más.
Lloraba porque había perdido la fe y las ganas, y sólo le quedaba llorar. Lloraba porque odiaba la palabra llorar.
Lloraba porque estaba llorando.

Sunday, March 16, 2008

Es una sensación parecida a ese día que en tu familia hicieron waffles y los degustaste con aprensión, con ansiedad, pero ya no podés acordarte exactamente el sabor. Sabés que era algo delicioso, pero tus pupilas gustativas no pudieron guardar un recuerdo preciso. Solés comentar en voz alta "¡ese día, qué ricos esos waffles!" aunque la verdad es que ya no estás seguro de si lo eran o tu memoria lo transformó. A veces deseás volver el tiempo atrás para volver a comerlos, o te arrepentís de no haber congelado un pedazo para poder sacarte las dudas, pero luego te convencés de que eran simplemente dos waffles con dulce de leche, chocolate y helado de crema americana. Nada especial.

Admito que no puedo acordarme exactamente tu sabor, así que lo invento, lo dibujo, lo escribo. Espero que sepas perdonarme, pero ¡ese día, qué ricos esos besos!

Friday, March 14, 2008


Supongo que realmente radica en sentir que es figurita repetida, otra vez arroz, eterno y maldito retorno.

Tuesday, March 11, 2008

Quetren quetren


Empezar una relación es casi como subirse al tren.

Subís, te distraés con el que vende tijeras y fundas de celular, la que habla por teléfono a los gritos, los que se besan en un rincón, la vieja que se queja de sus dolores en la espalda, el grupo de amigas que gritan desaforadas las últimas novedades, la bocina que preanuncia la inminente cerrada de las puertas, el mundo. Y vos ahí, obnubilado por todo lo que te rodea.

Mirás por la ventana la estación, chequeás tu reloj, abrís tu celular, y cuando te querés dar cuenta ya estás en movimiento, las puertas se cerraron, tus pies perdieron el equilibrio y no hay vuelta atrás.

Ya arrancaste.

Sunday, March 9, 2008

Escena

Laura estaba esperando hacía bastante tiempo ya, sentada en su silla blanca. Se había cansado de contar los cuadraditos de las baldosas blancas, y el ajetreo de las mujeres vestidas de blanco sólo contribuía a aumentar su nerviosismo. Había tratado en vano de avanzar con la lectura de Rayuela pero en lo único en lo que podía concentrarse era en el número que iba cantando la recepcionista. Sesenta, sesenta y uno, sesenta y dos.
Le llamaba la atención, por otra parte, que los que esperaban estuvieran tan tranquilos, hojeando la revista Caras o leyendo algún libro, mientras ella se comía las uñas y movía ansiosamente los dedos de sus pies, de color carmesí.
El salón era espacioso y tenía mucha luz, y suponía que la proliferación de plantas tenía la intención de alegrar un lugar que de por sí era deprimente. Unos cuantos sillones estaban desparramados por doquier, y varios revisteros en las esquinas indicaban que la espera sería larga.
Finalmente, el número ochenta y nueve llegó, y con él Laura se dirigió al cubículo, casi temblando. Se desvistió rápidamente, como si quisiera deshacerse de un tirón de todo lo que eso suponía, y se recostó en la camilla.
Después de un rato en el que intentó blanquear su mente mirando las manchas del techo, escuchó entrar a quien la atendería ese día.
Suspiró y juntando fuerzas le dijo, con un hilo de voz: “Pierna entera, cavado y axilas por favor”.