Sunday, March 9, 2008

Escena

Laura estaba esperando hacía bastante tiempo ya, sentada en su silla blanca. Se había cansado de contar los cuadraditos de las baldosas blancas, y el ajetreo de las mujeres vestidas de blanco sólo contribuía a aumentar su nerviosismo. Había tratado en vano de avanzar con la lectura de Rayuela pero en lo único en lo que podía concentrarse era en el número que iba cantando la recepcionista. Sesenta, sesenta y uno, sesenta y dos.
Le llamaba la atención, por otra parte, que los que esperaban estuvieran tan tranquilos, hojeando la revista Caras o leyendo algún libro, mientras ella se comía las uñas y movía ansiosamente los dedos de sus pies, de color carmesí.
El salón era espacioso y tenía mucha luz, y suponía que la proliferación de plantas tenía la intención de alegrar un lugar que de por sí era deprimente. Unos cuantos sillones estaban desparramados por doquier, y varios revisteros en las esquinas indicaban que la espera sería larga.
Finalmente, el número ochenta y nueve llegó, y con él Laura se dirigió al cubículo, casi temblando. Se desvistió rápidamente, como si quisiera deshacerse de un tirón de todo lo que eso suponía, y se recostó en la camilla.
Después de un rato en el que intentó blanquear su mente mirando las manchas del techo, escuchó entrar a quien la atendería ese día.
Suspiró y juntando fuerzas le dijo, con un hilo de voz: “Pierna entera, cavado y axilas por favor”.