Sunday, June 1, 2008

Historias de amor I


Las grandes historias de amor nacen de las situaciones más inverosímiles y menos románticas.
Un hombre (al que a partir de ahora llamaremos Aldo), y una mujer (a la que a partir de ahora denominaremos Betty) esperan, como todas las mañanas, el colectivo en Libertador y Congreso.
Aldo trabaja en una empresa de fletes y de noche estudia teatro en una escuela prestigiosa. Tiene treinta años, un divorcio y cuatro noviazgos frustrados. Vive en un mono ambiente y el único momento en el que sale los fines de semana es para pasear a su perra Cora. Se viste siempre de pantalón y camisa de manga corta, y es casi sistemático que si hacen menos de 20 grados usa un saco de corderoy marrón.
Betty es secretaria bilingüe en una multinacional y vive con su padre en un piso en Belgrano. Tiene dos ex novios y ciento cincuenta y dos llantos por amor. Sale de trabajar a las seis de la tarde y va a clases de Tae bo lunes y miércoles, a natación martes y viernes, y a comer con sus amigas los jueves. Tiene una vida ordenada, prolija y bastante monótona. Suele hablar mucho y se viste con botas altas, tapados hasta la rodilla y echarpes.
Aldo y Betty no se conocen, y a pesar de que ambos se toman el mismo colectivo en el mismo lugar, ésta es quizá la primera vez que coinciden, pues las probabilidades de que dos personas se tomen sistemáticamente el mismo 130 son ínfimas en relación a la cantidad de colectivos y de factores que determinan el momento de salida de cada uno de su casa.
El lunes, por ejemplo, Betty perdió treinta segundos buscando las medias rojas, y cuando llegó a Libertador, Aldo ya iba encaramado a la barra superior del vehículo, aplastado entre una mujer embarazada y una anciana con las compras del súper. El martes, sin ir más lejos, Cora se quedó sin comida y Aldo se vio obligado a ir al súper antes de ir a trabajar, por lo que se retrasó siete minutos y veintiocho segundos. Betty acababa de doblar la esquina de Juramento cuando Aldo vio por fin el banco de la parada. Y así sucesivamente.
La cuestión es que este viernes ambos están, al igual que mucha otra gente, esperando el maldito (¿o bendito?) 130. Llevan esperando dieciséis minutos Aldo, y veintiuno Betty. Por primera vez se ven, se miran de reojo, se hacen los distraídos y se vuelven a mirar.
Betty suspira, y Aldo aprovecha para preguntarle si tiene hora. Ella le anuncia que son casi las nueve, y él comenta en voz alta que es tardísimo, que qué barbaridad este colectivo, que su jefe va a incinerarlo. Betty le lanza apenas una sonrisa de indiferencia y sigue con su protesta muda, reticente.
Casi doce minutos más transcurren en ese silencio helado hasta que él da el primer paso: sin preámbulos ni rodeos le propone tomarse un taxi al punto que más les convenga a ambos y ahorrarse esta humareda de pasajeros furiosos. Ella, sin saber bien por qué, acepta mientras se convence que es sólo un viaje. Él no puede dejar de pensar que puede llegar a ser mucho más que eso.
Van en silencio, mirando cada uno por su respectiva ventana. El taxista escucha Ricardo Montaner y silba al son de "Tan enamorado". Aldo y Betty se miran de reojo y se ríen despacito.
Quince pesos con treinta y nueve centavos después llegan al punto intermedio que pactaron, Aldo paga a pesar de las protestas (mudas) de Betty y se baja rápido para abrirle la puerta.
El taxi se aleja rápidamente, y mientras lo último que se escucha es "Amo" de Axel, Aldo le sonríe y dice: "Ya es medio tarde para ir a trabajar... ¿y si vamos a tomar un café?"