Wednesday, November 19, 2008

Alfa


Era un empezar algo nuevo, entrar a un lugar desconocido, aprender a moverse en los laberintos y recovecos de otra persona. Desencriptar sus significados, desenmarañar sus hilos de pensamiento como un ovillo de lana, con cuidado de no enredarlo todo más, de no confundirse. Desfragmentar su disco rígico, sintetizar sus señales en un único mensaje: me gustás.

Agarrar el bisturí del análisis de texto y descomponer los subjetivemas, las modalidades, los deícticos puros de espacio y tiempo. Nosotros, yo, te.

Memorizarse sus redes de significaciones, reptar entre las telarañas de su mundo circundante sin perturbarlo, buscar los secretos que susurraban sus neuronas y enterarse de lo que sentía cuando la veía, lo que consultaba con la almohada antes de irse a dormir, y en lo que pensaba cuando la nombraban.

Y era también un frustrarse con sus ideas inconclusas, con sus mensajes contingentes y particulares.

Porque encontrar los ejes de lectura en su discurso, las metáforas de sus ganas y los eufemismos de cuánto le interesaba se estaba volviendo un trabajo tedioso, incierto, desconcertante.