Qué alivio poder despedirte por fin, darme cuenta que ya no me acuerdo de vos cada vez que paso por esa esquina, que abandoné atrás mi rencor y dejé de esperar que me hables.
Qué relajante es saber que si te encuentro en la calle, voy a poder saludarte y, por ahí, hasta sonreirte. Que ya aprendí a ver todo lo bueno y te dejé de tener tanta bronca.
Que ya te dejo vagar libremente por mi cerebro, y que si te aparecés súbitamente por entre los vericuetos de mi mente, no te voy a encajonar sino que voy a hacerte pasar y servirte té con masitas. Para que me saques una sonrisa con los buenos recuerdos y me pongas contenta de haberlo podido vivir.
Gracias. Porque con tan poco soy feliz.