Friday, January 16, 2009

Es tan tranquilizador saber que aunque se declare una Tercera Guerra Mundial, haya un terremoto y cuatro tsunamis o mueran millares de personas de hambre, lo único que no cambia y no cambiará nunca es el cine que nos vende Hollywood.
Una y otra vez, la trama se sucede.
Un tipo de película clásico, por tomar un ejemplo, es el del equipo de treceañeros perdedor que intenta jugar a un deporte (por lo general baseball). Este equipo está compuesto por una chica, un gordito que no puede correr, un espástico y un chico perfecto que nunca entendemos por qué no está en el equipo de los lindos. El entrenador suele ser el padre de alguno, y siempre siempre terminan ganando el campeonato después de muchísimos esfuerzos y cuasi derrotas.
Otro clásico es el de la historia de amor. El patrón parece casi cortado a máquina: hombre conoce a mujer, se enamoran, obstáculo por el cual no pueden estar juntos, ella se enoja, él le pide de volver, ella le hace una escena, conoce a otro y se da cuenta que no siente lo mismo, él le vuelve a pedir de volver, canción romántica y créditos.
Y lo peor de todo, lo más triste del asunto, es que aunque sepamos que siempre pasa lo mismo, y aunque podamos discernir desde el principio cuándo termina bien y cuándo mal, seguimos regodeándonos con los besos bajo la lluvia, seguimos llorando en las partes en las que quieren que lloremos y, por sobre todas las cosas, seguimos consumiendo lo que pretenden que consumamos.
Y sí, me resulta un poco relajante saber que aunque se muevan las placas tectónicas y el mundo se caiga a pedazos, hay algo entre esta nube de objetos y personas dinámicas que va a permanecer estático, que siempre va a estar ahí esperándome.
Gracias Hollywood.