Saturday, December 27, 2008

A veces todos necesitamos simplemente acostarnos en el pasto y mirar las constelaciones, dibujar mapas y trazar caminos. A veces está bueno ponerse los auriculares a todo lo que da y cantar "I can't look at you/ you're so beautiful", envolverse en buzos gigantes y despertarse con la certeza de haber soñado algo placentero. A veces, sólo a veces, es lindo olvidarse del celular, de la televisión, del mundo. Caminar descalzo y tomar agua de lluvia, manejar cuando no hay nadie en la calle, dormir hasta cualquier hora, comer una bandeja entera de masitas de Navidad. Estrenar un vestido nuevo, nadar hasta quedarse sin aire y reencontrarse con alguien después de no verlo por mucho tiempo. Armar la valija, juntarse con amigos, brindar. Mirar fotos viejas, colgarse acordándose de un buen momento, irse a dormir cuando ya hay luz.
A veces, pero sólo muy pocas veces, es lindo no pensar, no preocuparse, no preguntarse.

La verdadera pregunta radica en qué hacer con el otro tiempo, el que sobra, el que no es a veces sino siempre, todo el tiempo, constantemente, o aunque más no sea muy seguido.

Monday, December 8, 2008

Era otoño y las hojas empezaban a amontonarse en las veredas, las calles, los capós de los autos y los techos.
A Laura le encantaban las mañanas, cuando se levantaba y veía el mundo en amarillos y naranjas, intocado. Todavía no había pasado el barrendero, los autos no habían teñido todo del negro de sus aceites y los zapatos no habían ido formando pilones dispersos.
El mismo ritual se sucedía, una y otra y otra vez. Cada mañana representaba una pequeña versión del Edén. Sentirse la única en el mundo, la primera en ver la lluvia de colores cálidos.
Caminaba a la estación buscando hojas nuevas y distintas, que apilaba en diarios abajo de enciclopedias para armarse su herbario.



Los otoños se sucedieron, las hojas crecieron y volvieron a caer, y Laura nunca abandonó su amor por los restos del verano.
Pero la primera vez que fue a lo de Juan y vio su acolchado rojo, sus fotos ampliadas de árboles cargados de pesadas hojas amarillas y su despertador puesto a las cinco y media, supo que había llegado el momento de la primavera.
De su primavera.



Foto cortesía de Jennifer Berot. ¡Gracias Jen!